

4.4 ANIMADOS POR EL ESPÍRITU SANTO
149. Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo,
fue conducido por el Espíritu Santo al desierto para prepararse a
su misión (cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno, discernió
la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros ca-
62 DI 3.
63 Cf. DI 3.
LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS A LA SANTIDAD
LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
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minos. Ese mismo Espíritu acompañó a Jesús durante toda su
vida (cf. Hch 10, 38). Una vez resucitado, comunicó su Espíritu
vivificador a los suyos (cf. Hch 2, 33).
150. A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas
irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en
diversos dones y carismas (cf. 1 Co 12, 1-11) y variados oficios
que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1 Co 12, 28-
29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio
salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al
final de los tiempos (cf. 1 Co 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja
misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4, 13) y Pablo
(cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados
y elige a quiénes deben hacerlo (cf. Hch 13, 2).
151. La Iglesia, en cuanto marcada y sellada “con Espíritu Santo y fuego”
(Mt 3, 11), continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente
las puertas de la salvación (cf. 1 Co 6, 11). Pablo lo afirma de
este modo: “Ustedes son una carta de Cristo redactada por ministerio
nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios
vivo” (2 Co 3, 3). El mismo y único Espíritu guía y fortalece a la
Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe y en
el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la
estatura de su Cabeza (cf. Ef 4, 15-16). De este modo, por la eficaz
presencia de su Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta
de vida para hombres y mujeres de todos los tiempos y
lugares, impulsando la transformación de la historia y sus
dinamismos. Por tanto, el Señor sigue derramando hoy su Vida
por la labor de la Iglesia que, con “la fuerza del Espíritu Santo
enviado desde el cielo” (1 P 1, 12), continúa la misión que Jesucristo
recibió de su Padre (cf. Jn 20, 21).
152. Jesús nos transmitió las palabras de su Padre y es el Espíritu quien
recuerda a la Iglesia las palabras de Cristo (cf. Jn 14, 26). Ya, desde
el principio, los discípulos habían sido formados por Jesús en
el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 2); es, en la Iglesia, el Maestro interior
que conduce al conocimiento de la verdad total, formando discí105
pulos y misioneros. Esta es la razón por la cual los seguidores de
Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (cf. Ga
5, 25), y hacer propia la pasión por el Padre y el Reino: anunciar la
Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los
tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia
del Señor (cf. Lc 4, 18-19).
153. Esta realidad se hace presente en nuestra vida por obra del Espíritu
Santo que, también, a través de los sacramentos, nos ilumina y
vivifica. En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos llamados
a ser discípulos misioneros de Jesucristo y entramos a la comunión
trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su cumbre en la Eucaristía,
que es principio y proyecto de misión del cristiano. “Así,
pues, la Santísima Eucaristía lleva la iniciación cristiana a su plenitud
y es como el centro y fin de toda la vida sacramental”64.