domingo, 17 de mayo de 2009

Ven Y sigueme...


Ven y sígueme...

Jesús tuvo muchas oportunidades de conocer y encontrarse con la gente mientras predicaba.

Muchos venían a Jesús en busca de alguna curación, como el leproso, que, arrodillándose delante suyo, le dijo: "Señor, si quieres, tú puedes limpiarme" (Mt 8, 2), o el ciego de Jericó, quien al enterarse de que Jesús estaba pasando por allí, gritó sin parar: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48).

Otros, en cambio, buscaban encontrar algo en Él que quizás no sabían explicar. Así, el pequeño Zaqueo "quería conocer a Jesús" (Lc 19, 3), y con firme decisión subió a un árbol para poder verlo, pues el gentío lo tapaba y no se lo permitía.

A lo largo del tiempo, todos nos hemos encontrado con Jesús en el camino, y podemos decir que tuvimos, una o mil veces, la oportunidad de conocerle. ¿Cuál es tu caso? ¿Lo andas buscando, o te has topado con Él sin quererlo?

Pues cualquiera que sea tu realidad particular, estás hoy ante la gran decisión de tu vida: "Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia... Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida" (Dt 30, 15.19).

Si vienes a Él movido por una situación difícil, debes saber que Jesús te quiere ayudar y darle a tu vida el sentido que puede estar necesitando.

Si lo que te acerca a Cristo es una circunstancia favorable, comparte esa felicidad con quien más te ama, y descubrirás que la fuente de esa bendición es Cristo mismo.

En uno u otro caso, hay Verdades Fundamentales que todo cristiano debe conocer. Éstas son:

1. DIOS TE AMA

Sí, y lo hace de una manera personal, incondicional y, además, quiere lo mejor para ti. Para el Señor, el amor es darse, y darse totalmente, hasta el punto de dar la propia vida por sus amigos, que es la forma más perfecta de amar (Cf. Jn 15, 13).
Él nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Él no te ama porque seas bueno, sino porque Él es bueno, y Él es AMOR: «El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Juan 4, 8).

El amor de Dios no te pone condiciones; por ello, Él ni siquiera te pide que primero lo ames, sino que te dejes amar por Él. ¿Lo harás?


2. ERES PECADOR, Y ESE PECADO TE ALEJA DE DIOS
Pecamos porque no confiamos en Dios ni queremos depender de Él, y este pecado nos impide experimentar Su amor. En vez de adorar al Dios verdadero, adoramos ídolos que terminaron por empobrecernos. Estos ídolos eran obras de nuestras manos, de nuestra inteligencia y técnica, que nos llenaron de orgullo, y las adoramos. En fin, nos adoramos de esa forma a nosotros mismos, siendo infieles a la alianza de amor con Dios.
En Dios encontramos a ese Padre bondadoso que está esperando con los brazos abiertos nuestro retorno a la casa paterna a través de la conversión. Pero para ello es necesario el arrepentimiento de nuestra parte. Ese arrepentimiento no sólo es fundamental para el hombre, sino un mandato de Dios. Por ello, reconoce humildemente tu pecado:
«...todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios» (Romanos 3, 23).




3. JESÚS ES TU ÚNICO SALVADOR
La solución para el pecador es Jesucristo. Él es el único que puede salvarte:
«Para los hombres de toda la tierra no hay otro Nombre por el que podamos ser salvados» (Hechos 4, 12).
Jesús te salva y perdona; ya pagó el saldo pendiente al precio de su sangre. Jesús nos salva –es decir, nos hace libres– de nuestros temores, de nuestro egoísmo, de ese Yo que nunca está satisfecho y pide cada vez más.


Jesús nos salva además del mundo de las apariencias y la mentira en que muchas veces vivimos, y que nos obliga a llevar siempre máscaras puestas: máscara de ser fuertes, exitosos, felices, alegres, santos, ejemplares... Nos salva también Jesús de nuestra vida sin sentido, sin límites, sin dignidad, dominada por el deseo de placer, de acumular poder y dinero.
Pero no sólo son las ataduras personales y terrenales las que nos afectan. Jesús, a través de su muerte en la cruz y de su gloriosa resurrección, venció a los enemigos más terribles que tenemos: el pecado, la muerte y Satanás.


4. ACEPTA LA SALVACIÓN QUE TE OFRECE CRISTO

Cree y conviértete. Jesús ya ganó la nueva vida para ti. Entonces, recíbela creyendo y volviéndote a Él. La Fe es creer en Alguien, en una Persona, que es Jesús. Por ello, PROCÁMALO COMO TU ÚNICO SALVADOR y renuncia a cualquier otro medio de salvación:
«Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación» (Romanos 10, 9–10).

Arriesgarse a ser libre requiere valor, es un acto de fe, pues es mucho más fácil seguir siendo un esclavo de los demás y de las propias ataduras que nos dominan. Pero no busques lo más fácil...
Por nuestro Bautismo, todos recibimos nuestro “boleto ganador” del Gran Premio de la Salvación. Pero si no lo reclamas, ese premio nunca será tuyo.


5. LA PROMESA ES PARA TI
La salvación de Jesús se hace presente por medio de su Espíritu. Con su fuerza, serás su testigo:
«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos... hasta los extremos de la tierra» (Hechos 1, 8).
Entonces, pide y recibe el don del Espíritu Santo.
No basta con saber que necesitamos del Espíritu Santo. Tenemos que beber de él. Tiene que ocurrirnos algo, un acontecimiento renovador que nos haga despertar, que inflame nuestra alma de un amor ardiente y nos convierta en esa luz para el mundo que Cristo espera que seamos (cf. Mt 5, 14). Tiene que ocurrirnos lo mismo que a los apóstoles. Tenemos que vivir nuestro “pentecostés personal”.
Esta es la experiencia que llamamos efusión o bautismo en el Espíritu, mediante la cual se libera en nosotros el Espíritu Santo recibido en nuestro bautismo sacramental, y que por descuido y falta de interés de nuestra parte ha permanecido durante mucho tiempo limitado y sin poder ejercer su acción libremente en nosotros. Como producto de este encuentro nuevo, vivo y palpitante con Cristo muerto y resucitado, nos abrimos totalmente a la persona del Espíritu Santo y a su acción en nuestro ser.
Es una verdadera renovación interior que se traduce en un cambio exterior, y que nos mueve a comunicar esta maravillosa experiencia a los demás, como quien pasa a otro una antorcha encendida. La experiencia de la efusión del Espíritu es un verdadero despertar a la vida, el inicio de nuestra vida nueva en el Espíritu.






6. JESÚS ESTÁ EN TU COMUNIDAD
No basta nacer de nuevo, hay que crecer en la Vida nueva. Necesitas por ello integrarte a una comunidad cristiana que alimente tu fe. Cristo está en tu hermano. Por ello, persevera en tu grupo de oración o comunidad. Sobre todo en esta etapa inicial de tu nueva vida en Cristo, es fundamental que te congregues con otros hermanos con quienes puedas compartir tu fe:
«Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno en su lugar es parte de él» (1 Corintios 12, 27).

Reflexiona sobre tu compromiso con nuestra Iglesia, y bendice al Señor desde lo más profundo de tu ser, has sido incorporado mediante el bautismo a la única Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él (Lumen gentium 8).
Si tú has encontrado a Cristo en tu Iglesia, si has hallado el camino de salvación, de libertad y de vida eterna en ella, ama a tu Iglesia, identifícate con ella, defiéndela y contribuye a mejorarla con tu aporte, que será tu servicio.



Y AHORA, ¿QUÉ DEBES HACER?
Ora todos los días, sobre todo mediante la alabanza.
Lee asiduamente la Palabra de Dios.
Frecuenta los sacramentos. Asiste con fervor a la Eucaristía dominical.
Persevera en tu comunidad.

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