lunes, 16 de marzo de 2009

viernes, 13 de marzo de 2009

Traspasar los límites

Súplica antes de comenzar la lectura


Ven, Señor, y llévame a un lugar interior en el que mi mente pueda reposar en ti,
pararse en ti, descansar de su inquietud continua, y dejarse encontrar en tu silencio.
Llévame más allá, más adentro, del oleaje agitado de mis preocupaciones y proyectos.
Llévame a ese jardín secreto en el que Tú me esperas siempre para hacerme nueva,
aunque yo falte a la cita, una y otra vez, perdida en el bullicio de mi corazón extrovertido.
Condúceme a ti, Señor, te lo suplico, hoy que mi alma te busca con hambre
y sed de tu Palabra de Vida.
Que ella sea lámpara para mis pies de caminante, todos los días.





1. Leemos la Palabra


Lucas 16,19-31


Orientaciones para la lectura y la meditación

En el capítulo 16 del evangelio de Lucas, encontramos a Jesús camino de Jerusalén, hacia el cumplimiento de la voluntad del Padre. Al principio del capítulo, Jesús enseña la actitud justa en el uso del dinero, el comportamiento recto con los bienes recibidos en este mundo (16,1-15). Después enseña la novedad que trae consigo el Reino de Dios y que exige ir más allá de la justicia sólo humana, conocida en la primera Alianza, y cumplirla de modo nuevo (16,16: "La Ley y los Profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él".). Para unir estos dos argumentos (el uso del dinero y la justicia nueva), Lucas se vale de una parábola contada por Jesús (16,19-31).



Primera parte: vv. 19-22


En la parábola encontramos a dos personajes contrapuestos. El hombre rico es una persona anónima, sin nombre, es decir, sin identidad humana, porque esta identidad sólo se puede encontrar en Dios. De este personaje se describe sólo lo externo: sus vestidos y su comportamiento. Sus vestidos estaban hechos con ricas telas, usadas habitualmente en el santuario (Esd 25,4), en las vestiduras sacerdotales (Esd 39,12) y por los poderosos de la tierra (Dn 5,7). Así, por ejemplo, las mujeres de Is 3,23.

La vida externa del rico era la fiesta. Todos los días "banqueteaba espléndidamente". Es algo extraño: la vida humana sobre la tierra es muy exigente. Tras el pecado original, todos los días de la vida humana traen consigo un gran esfuerzo (Gn 3,17-19). Todo hombre desea y espera la vida en plenitud, pero no la posee enseguida. ¿Qué vemos, sin embargo, en la vida del rico? Un intento de crear su propio mundo aislado del mundo real exterior. El mundo real se ve en la persona de Lázaro. Es un pobre, un mendigo que, a pesar de todo, posee una identidad porque posee un nombre (Lázaro = "Dios ayuda"). Su nombre expresa toda la existencia de este hombre que no posee nada. Cubierto de llagas, busca ayuda en el rico. Sintiendo hambre, busca saciarse junto a la puerta del rico. Pero la frontera de estos dos mundos es demasiado grande. Esta frontera se encuentra en el corazón, que se cierra sin querer amar.

La situación termina en el momento de la muerte. El pobre, muerto, ha encontrado la vida en Dios, que era su único refugio y ayuda. La expresión "en el seno de Abrahán" corresponde a la antigua fórmula bíblica que significa "reunirse con los propios padres" (Jue 2,10; cf. Gn 15,15; 47,30; Dt 37,16). La imagen expresa intimidad (cf. Jn 1,18) con Abrahán en el banquete mesiánico (cf. Jn 13,23; Mt 8,11 ss). Por el contrario, el rico ha terminado su vida, trazada según su proyecto egoísta, que se encuentra fuera de la voluntad de Dios. Con la sepultura termina el mundo que él ha creado para sí mismo.


Segunda parte (23-31)


La segunda parte del relato se sitúa en el mundo espiritual, después de la muerte. La situación de los dos personajes cambia, se invierte. Ahora contemplamos al rico sufriendo muchos dolores y, finalmente, levanta los ojos para ver a los otros. Hasta este momento, estaba encerrado en su espléndido palacio y no había visto a Lázaro, que estaba cerca. Los sufrimientos abrieron sus ojos. Ahora grita, pidiendo ayuda. La gota de agua simboliza, en el relato, todas las necesidades de aquel que sufre. Abrahán expresa la justicia de Dios. Recuerda la vida del rico, cerrada y egoísta, y la de Lázaro, llena de sufrimiento. El abismo simboliza la imposibilidad de cambiar el destino, tanto para los elegidos como para los que han rechazado el amor. Este destino depende de la libertad de cada uno y lo elige en la propia vida, creando un cielo o un infierno en el propio corazón. Lázaro, sufriendo toda la vida, ha elegido a Dios como único refugio, como expresa su nombre. El rico ha entendido su error y quiere salvar a sus hermanos, enviando a Lázaro para testimoniar la vida eterna. La respuesta de Abrahán expresa la voluntad de Dios: basta el don de la revelación de Dios, la Ley de Moisés y los Profetas, que muestran las reglas de la vida, enseñan el amor al prójimo, a los pobres, y condenan toda forma de violencia e indiferencia (cf. Es 23,6.11; Lv 19,10.15; Dt 15,7.11; 24, 12 ss; Is 3,15; 25,4; Am 5,12).

Abrahán pone en duda la posibilidad de transformación a través de acontecimientos extraordinarios, de las personas cerradas, que rechazan la Ley divina. Ni siquiera la resurrección de Jesús ha cambiado el corazón de sus enemigos (cf. Mt 28,11-15)



2. Meditamos



Como hemos dicho al principio, Lc 16 nos propone la formación cristiana respecto al dinero, subrayando la necesidad de una mentalidad nueva. El problema no es poseer, sino poseer de un modo egoísta, cerrándose en el propio mundo. Éste es el error del rico de la parábola de hoy. Ha construido una frontera, un límite, que nadie podía traspasar. Con la muerte, pierde todos sus bienes terrenos y le queda sólo su hermetismo. El rico ha creado el infierno en su propio corazón.

Podemos preguntarnos a nosotros mismos: nuestra vida, ¿está abierta a los otros, a menudo diferentes a nosotros, o construimos muros, quizá, con nuestros prejuicios o en nuestro corazón, que no nos dejan ver a los otros como hermanos e hijos de un Único Dios y Padre?

Los problemas, las dificultades, las diversas pobrezas que vemos en el mundo, incluso la moral, pone fronteras en nuestro corazón: no puedo... no logro... amar, perdonar, aceptar.

Jesús, en esta Palabra de hoy, nos da la posibilidad de contemplarnos y conocernos a nosotros mismos: cómo vivo, qué busco, qué espero en esta vida. La Palabra nos anima a traspasar nuestros límites: toda persona, incluso la más pobre en sentido material o espiritual, es una hermana, un hermano amado y salvado por Dios, que busca unas manos abiertas, una sonrisa, una oración, el calor humano...

Y si acaso nos sentimos como Lázaro, pobres y abandonados por todos, confiemos en Dios, que no nos olvida jamás.





3. Oramos



Oremos con el salmista, para que podamos poner toda nuestra confianza en Dios, nuestro único refugio, y usar bien todos los bienes que tenemos sobre la tierra. Nuestra eternidad está naciendo ahora.



Salmo 62


Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de Él viene mi salvación;
sólo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre,
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede o a una tapia ruinosa?

Sólo piensan en derribarme de mi altura,
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen, con el corazón maldicen.

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque Él es mi esperanza;
sólo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme, Dios es mi refugio.

Pueblo suyo, confiad en Él,
desahogad ante Él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

Los hombres no son más que un soplo,
los nobles son apariencia;
todos juntos en la balanza subirían
más leves que un soplo.

No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.

Dios ha dicho una cosa, y dos cosas que he escuchado:
"Que Dios tiene el poder y el Señor tiene la gracia;
que Tú pagas a cada uno según sus obras