domingo, 26 de abril de 2009

Lo reconocieron al partir el pan





Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 35-48



Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Porqué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que Yo tengo».
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer? » Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, Yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».

sábado, 4 de abril de 2009

Comienzo de la Pasión


EN LA PROCESIÓN DE RAMOS

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 11, 1-10



Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ¿Qué están haciendo?, respondan: “El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida».
Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Porqué desatan ese asno? »
Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban:
«¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito sea el Reino que ya viene,
El Reino de nuestro padre David!
¡Hosanna en las alturas! »


Palabra del Señor.






No retiré mi rostro cuando me ultrajaban,

pero sé muy bien que no seré defraudado



Lectura del libro de Isaías

50, 4-7



El mismo Señor me ha dado

una lengua de discípulo,

para que yo sepa reconfortar al fatigado

con una palabra de aliento.

Cada mañana, Él despierta mi oído

para que yo escuche como un discípulo.

El Señor abrió mi oído

y yo no me resistí ni me volví atrás.

Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban

y mis mejillas a los que me arrancaban la barba;

no retiré mi rostro

cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda:

por eso, no quedé confundido;

por eso, endurecí mi rostro como el pedernal,

y sé muy bien que no quedaré defraudado.


Palabra de Dios.





SALMO RESPONSORIAL 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24




R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?



Los que me ven, se burlan de mí,

hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:

«Confió en el Señor, que Él lo libre;

que lo salve, si lo quiere tanto». R.



Me rodea una jauría de perros,

me asalta una banda de malhechores;

taladran mis manos y mis pies.

Yo puedo contar todos mis huesos. R.



Se reparten entre sí mis ropas

y sortean mi túnica.

Pero Tú, Señor, no te quedes lejos;

Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.



Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,

te alabaré en medio de la asamblea:

“Alábenlo, los que temen al Señor;

glorifíquenlo, descendientes de Jacob;

témanlo, descendientes de Israel.” R.




Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11



Jesucristo, que era de condición divina,

no consideró esta igualdad con Dios

como lago que debía guardar celosamente:

al contrario, se anonadó a sí mismo,

tomando la condición de servidor

y haciéndose semejante a los hombres.

Y presentándose con aspecto humano,

se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte

y muerte en cruz.

Por eso, Dios lo exaltó

y le dio el Nombre que está por sobre todo nombre,

para que al nombre de Jesús,

se doble toda rodilla

en el cielo, en la tierra y en los abismos,

y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:

“Jesucristo es el Señor”




Palabra de Dios.






Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1--15, 47




Buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte



C. Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían:

S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo.»



Ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura



C. Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: S. «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres.»

C. Y la criticaban. Pero Jesús dijo:

a «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo.»



Prometieron a Judas Iscariote darle dinero



C. Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.

¿Dónde está mi sala,

en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?



C. El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús:

S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»

C. El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:

a «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»

C. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.



Uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo



C. Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban comiendo, dijo:

a «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo.»

C. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro:

S. «¿Seré yo?»

C. El les respondió:

a «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero íay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!»



Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre, la sangre de la alianza



C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

a «Tomen, esto es mi Cuerpo.»

C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo:

a «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»



Antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces



C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo:

a «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea.»

C. Pedro le dijo:

S. «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré.»

C. Jesús le respondió:

a «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces.»

C. Pero él insistía:

S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»

C. Y todos decían lo mismo.



Comenzó a sentir temor y a angustiarse



C. Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:

a «Quédense aquí, mientras yo voy a orar.»

C. Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo:

a «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando.»

C. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía:

a «Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»

C. Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro:

a «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.»

C. Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:

a «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»



Deténganlo y llévenlo bien custodiado



C. Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal: S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado.»

C. Apenas llegó, se le acercó y le dijo:

S. «Maestro.»

C. Y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo:

a «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras.»

C. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.



¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?



C. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús:

S. «Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre."»

C. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:

S. «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?»

C. El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente:

S. «¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?»

C. Jesús respondió:

a «Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo.»

C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:

S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?»

C. Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían:

S. «¡Profetiza!»

C. Y también los servidores le daban bofetadas.



Se puso a maldecir

y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando



C. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo:

S. «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno.»

C. El lo negó, diciendo:

S. «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando.»

C. Luego salió al vestíbulo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes:

S. «Este es uno de ellos.»

C. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro:

S. «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo.»

C. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces.» Y se puso a llorar.



¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?



C. En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este lo interrogó:

S. «¿Tú eres el rey de los judíos?»

C. Jesús le respondió:

a «Tú lo dices.»

C. Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo interrogó nuevamente:

S. «¿No respondes nada? íMira de todo lo que te acusan!»

C. Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo:

S. «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?»

C. El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo:

S. «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?»

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «¿Qué mal ha hecho?»

C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.



Hicieron una corona de espinas y se la colocaron



C. Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo:

S. «¡Salud, rey de los judíos!»

C. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.



Condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo crucificaron



C. Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo.»

Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos.» Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.



Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo



C. Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían:

S. «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!»

C. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí:

S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!»

C. También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.



Jesús, dando un gran grito expiró



C. Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz:

a «Eloi, Eloi, lamá sabactani.»

C. Que significa:

a «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:

S. «Está llamando a Elías.»

C. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo:

S. «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo.»

C. Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.



Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.



C. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó:

S. «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!»

C. Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.



José hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro



C. Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.

Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.

Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.

María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.


Palabra del Señor.




Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf


¡Ya estamos en el Domingo de Ramos, un triunfo de Jesús! ¡Ya estamos en Semana Santa, la pasión y muerte del Señor! ¿Hacia dónde se van a dirigir hoy nuestras miradas? ¿Hacia las palmas que agitan muchos brazos mientras gritan desaforadamente las gargantas: Hosanna, hosanna?... ¿O se van a ir hacia las calles de Jerusalén para ver a un reo que lleva el madero a cuestas y sube al Calvario para ser colgado a la vista de todos?...
Pues tenemos que hacer las dos cosas. Contemplar un triunfo humilde, y ver al Hijo de Dios, al Siervo obediente, que se deja clavar en la cruz para la salvación del mundo.
Las lecturas que hoy escuchamos en la Iglesia son de una riqueza singular y van a guiar nuestros pensamientos y nuestros sentimientos a lo largo de esta Semana Santa, la Semana Mayor, la Semana más privilegiada del año...
Miramos primeramente a esos dos discípulos que están desatando un borrico en la ladera oriental de Jerusalén:
- ¿Qué estáis haciendo? Ese borrico tiene dueño...
- Sí, ya lo sabemos. Pero el Maestro lo necesita y estén seguros que lo va a devolver.
Se lo llevan. Jesús, que lo ha dispuesto personalmente todo, acepta ser montado en la cabalgadura, los discípulos tienden sus mantos en la calle, hacen las gentes lo mismo, y todos entran en la ciudad lanzando gritos estentóreos:
- ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en lo más alto del cielo!....
No nos hagamos muchas ilusiones. Este triunfo es muy modesto. No tenía entonces nada que ver con la subida de los Emperadores del Impero al Capitolio de Roma, ni tenía tampoco ningún parecido con nuestros desfiles modernos. Allí no había reporteros que lanzasen la noticia al mundo, y todo quedaba reducido a un puñado de galileos que no preocupaban mucho a las autoridades romanas...
El Evangelio de Mateo se encarga de recordarnos la profecía:
- Decid a Sión: mira cómo tu rey viene lleno de mansedumbre a ti, montado en un pollino, cría de una borrica de carga...
Jesús será siempre igual, tal como se describió a Sí mismo: manso y humilde de corazón.
No podía ser de otro modo, pues la profecía de Isaías nos lo describe como el Siervo y el Hijo obediente, que irá al sacrificio de la cruz, siendo inocente, en vez de nosotros, los culpables y merecedores del castigo de Dios.
La Pasión narrada por Marcos que leemos después nos hace bajar la cabeza, arranca lágrimas de nuestros ojos, y nos hace exclamar como al centurión pagano al ver expirar a Jesús:
- ¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!...
¿Hijo de Dios, y ha sufrido tanto?...
¿Hijo de Dios, y lo rechazan tantos?...
¿Hijo de Dios, y lo abandonan hasta los suyos?...
¿Hijo de Dios, y lo meten en la tierra, lo encierran en un sepulcro para que no dé miedo?...
¿Hijo de Dios, y sus enemigos sellan su tumba para que no se escape, para que no aparezca más, para que no moleste en adelante, para que se pierda su memoria y no se acuerde nadie más de Él?...
Estos eran los pensamientos de los hombres. Pero Dios tenía pensamientos muy diferentes, como nos recuerda San Pablo en uno de los párrafos más bellos de sus cartas.
- ¡Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz!...
Cierto. Jesús no podía llegar más hondo en su dolor y en su humillación. Pero no podrá subir después más alto en su gloria. Porque Dios lo levantó hasta a lo más alto del Cielo, y le dio el nombre sobre todo nombre. Lo constituyó Señor. Le dio el dominio universal sobre los ángeles, sobre los hombres y sobre todo lo creado. De tal modo, que al nombre de Jesús se tiene que doblar toda rodilla, en el cielo, en la tierra, en el infierno, y toda lengua ha de proclamar que el Señor Jesús está en la gloria de Dios Padre.
Éste es el Jesús que nos va a llenar la cabeza y el corazón en estos días santos.
El Jesús que hoy entra en Jerusalén con un triunfo muy humilde. Porque no trata de sembrar terror entre sus enemigos, sino de ganar los corazones de todos.
El Jesús de esta Semana Santa es el Jesús que padece y muere para salvarnos. Es el que con sus llagas, y no con palabras, está gritando al mundo cómo nos ama Dios y cómo nos ama Él, nuestro Redentor.
El triunfo de hoy, con Jesús montado en un borrico, y con nosotros batiendo palmas y entonando ¡hosannas y vivas!, es sólo el preámbulo y el anticipo del desfile final con la entrada en la Jerusalén celestial al final de los tiempos. ¡Aquel sí que será triunfo grande y que asombrará a todos!...
¡Señor Jesucristo!
No sabemos cómo van a celebrar esta Semana Santa muchos hermanos nuestros. Algunos, quizá con la mejor de sus vacaciones...
Nosotros preferimos acompañarte en todos tus pasos. Esos pasos que nos van a herir los pies y que nos van a hacer llorar. Igual que nos van a arrancar gritos jubilosos durante tu entrada en Jerusalén y en tu Resurrección.
Tú nos vas a tener a tu lado, en tu dolor y en tu triunfo. Porque así nos tendrás también allá arriba, en los esplendores de tu Gloria.