viernes, 5 de octubre de 2007

Pedalea con el señor!!!!!!!!!

Al principio veía a Dios como alguien que me observaba, como un juez que llevaba la cuenta de lo que hacía mal, para ver si merecía el cielo o el infierno cuando muriera.
Era como un presidente, reconocía su foto cuando lo veía, pero realmente no lo conocía. Pero luego pareció como si la vida fuera un viaje en bicicleta, pero era una bici de a dos, y noté que Dios viajaba atrás y me ayudaba a pedalear.
No sé cuándo sucedió, no me di cuenta cuándo fue que Él sugirió que intercambiáramos lugares, pero mi vida no ha sido la misma desde entonces... mi vida con Dios es muy emocionante.
Cuando yo tenía el control, yo sabía a donde iba. Era un tanto aburrido pero predecible. Era la distancia más corta entre dos puntos. Pero cuando Él tomó el liderazgo, Él conocía otros caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a través de lugares con paisajes, velocidades increíbles. Lo único que podía hacer era sostenerme, aunque pareciera una locura Él sólo me decía: ¡Pedalea! Me preocupaba y ansiosamente le preguntaba: ¿A dónde me llevas? Él sólo sonreía y no me contestaba, así que comencé a confiar en Él.
Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una aventura, y cuando yo decía: “estoy asustado”, Él se inclinaba un poco para atrás y tocaba mi mano. Él me llevó a conocer gente con dones, dones de sanación y aceptación, de gozo. Ellos me dieron esos dones para llevarlos en nuestro viaje. Y allá íbamos otra vez. Él me dijo: “comparte estos dones, dalos a la gente, son sobrepeso, mucho peso extra si los guardas para ti”. Y así lo hice, encontré que en el dar yo recibía y mi carga era ligera.
No confié mucho en Él al principio, en darle el control de mi vida. Pensé que la echaría a perder; pero Él conocía cosas que yo no sabía acerca de andar en bici, secretos extraordinarios.
Él sabía cómo doblar para dar vueltas cerradas, brincar para librar obstáculos llenos de piedras, inclusive volar para evitar horribles caminos. Y ahora estoy aprendiendo a callar y pedalear por los más extraños lugares, y estoy aprendiendo a disfrutar de la vista y de la suave brisa en mi cara y sobre todo de la increíble y deliciosa compañía de Dios.
Y cuando estoy seguro de que ya no puedo más, Él sólo sonríe y me dice: “¡Pedalea!”

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