lunes, 5 de noviembre de 2007

Zaqueo...

Zaqueo: a la ‘altura’ de las circunstancias

Zaqueo, el indeseable, desea ver a Jesús, saber quién es. Le alcanza con verlo, ni sueña con poder hablarle, y menos subido a un árbol. Y, además, ¿de qué podrían hablar el ladrón de Jericó con el amigo de los pobres? ¿Y cómo manejarse con la multitud que se interpone entre él y el deseado, sabiendo, además, de su pequeña estatura? ¿Cómo podía Zaqueo situarse a la ‘altura’ de las circunstancias? Pues aceptando sus limitaciones y no teniéndose lástima; así es como encuentra la solución: treparse a un árbol. Tiene el coraje suficiente como para seguir los anhelos más profundos del propio corazón sin miedo al ridículo. Excluido e indeseable para la multitud no sabe todavía que para Jesús, lejos de ser un indeseable al cual evitar, es alguien buscado y amado.

Jesús alza la mirada, por sorpresa le dirige la palabra llamándolo por su nombre, como si en Jericó fuera el único a quien buscar, y que, para mejor, se le invita a casa. La distancia queda anulada: aquel al que Zaqueo quería ver se revela como aquel que alza los ojos buscándolo. Y lo hace desde abajo, situándose más bajo que el bajito de Zaqueo. El que buscaba cae en la cuenta de que ha sido buscado; aquel que deseaba se descubre deseado; quien mendigaba un poco de atención se descubre amado. Y estalla la fiesta…

Hoy tengo que alojarme en tu casa. ¡Curiosa obligación la de Dios: tengo que alojarme! Allí reside nuestra fuerza, esa inagotable levadura que transformó la historia. Dios tiene que hacerlo. Y no debido a mis ruegos o a mi buena conducta. Dios tiene que hacerlo por una causa que le es interna, por una necesidad que le urge en el corazón, porque lo impulsa un fuego y unas ansias: ¡imagínate: su amor le dicta que le hago falta! ¡Que le hacemos falta! Toda mi esperanza está puesta en ese su tener que hacerlo, y lo hará llamado por mis anhelos, …, esos anhelos me los sembró él en el alma, me los despertó su Espíritu.

Y lo recibió con alegría (en su casa). No hace falta que Jesús hable, recrimine, alabe,…, para nada sirven los sermones, sirve el encuentro: encontrar a un hombre de bien permite volver a creer en el hombre; encontrar a Dios que no juzga, otorga libertad; encontrar a Dios que metiéndose de rondón en tu casa se hace amigo, crea amistad.
Zaqueo que hasta entonces sólo conocía encuentros de explotador a explotado, entiende gracias al encuentro con Jesús que la ley de la vida es otra. No es que el ladrón apenas deje de robar (“ya no robaré más”) sino que ha descubierto la ley del don (“daré la mitad a los pobres”). Es una transformación de la propia vida, poniéndola de cabeza, convirtiéndola. Hace más de lo que exige la ley, y, tal vez, menos de lo que Jesús esperaba, pero lo hace con absoluta libertad.
Corazón nuevo, corazón libre, alegre noticia: Evangelio. Como a todos, no fueron las ideas las que le cambiaron la vida, sino el encuentro con Cristo. Zaqueo primero encuentra, después se convierte. Su conversión no es la condición,- ¡Jesús no pone ninguna…!-, sino la consecuencia del encuentro. Y esto es un escándalo para el moralista que subsiste en mí. Siempre pensé encontrar a Cristo como fruto de mi comportamiento más o menos honesto, y mi vida cambiará realmente únicamente cuando lo encuentre…, cuando me deje encontrar por él.

Y Jesús viene llegando. Jericó se encuentra en cada calle de este ancho mundo, y todo el que sepa y reconozca no estar a la altura de las circunstancias, encontrará el árbol al cual subirse,- ¡sin duda el de la Cruz! -, y allí se encontrará con la mirada de Jesús: ¡hoy mismo estarás conmigo en el paraíso!
¡Mira que el Señor debe alojarse, hoy, en tu casa,…, en la mía! ¡Sí, hoy!

maxalexander@adinet.com.uy
pasado gentilmente por ANY MOZZONI.

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