sábado, 28 de febrero de 2009
Cuaresma.....
Comenzamos hoy la travesía de la Cuaresma. Un momento privilegiado para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos. No hemos de vivir estos días como una lista de prácticas pseudo ascéticas sino como un tiempo de gracia para poder mejorar.
El trabajo de los restauradores consiste en buscar con todo su empeño el aspecto primigenio de la obra en cuestión. Bisturí en mano poco a poco van levantando las distintas capas hasta que se topan con la original. Sobran los añadidos. Interesa buscar lo auténtico para dar a la pieza su aspecto original.
De igual manera sucede en este tiempo de cuaresma. Hacemos un alto en el camino de nuestro seguimiento de Jesús para mirar cómo vamos, en qué cosas nos estamos apartando de lo que es ser cristianos. Tenemos por delante cuarenta días para intentar corregir esas posibles deficiencias y renovar nuestro bautismo la noche del sábado santo. Cuarenta días para buscar lo auténtico en nosotros.
Se dice y se escribe tanto sobre la Cuaresma. Se aguza tanto la observancia que en muchos casos en vez de un tiempo de repensar, de sosiego, se convierte en una lista de prácticas externas, muchas de ellas fruto de la teología más rancia, más trasnochada, y más dañina para una espiritualidad sana y honesta, que conduce no se sabe muy bien a qué, o mejor dicho con el único fin de aplacar la ira de un Dios cascarrabias e iracundo.
Cuaresma es tiempo de conversión para acercarnos a un modo de vivir más comprometido; tiempo de ayuno para mirar alrededor de una manera más amplia; tiempo de dar a manos llenas y sin esperar nada a cambio, de actuar voluntariamente, de descubrir que el amor es lo único que no puede pagarse y lo hemos recibido de Dios gratuitamente; tiempo de oración, de silencio que nos ayude a encontrar a Dios, a escuchar y rumiar su Palabra y, por tanto, a encontrarnos con nosotros mismos....
Desde este punto de vista no acabo de comprender por qué tiene que ser un tiempo de caras largas y de persianas bajadas, como si la seriedad y la sobriedad fuesen sinónimos de tristeza. Curiosamente el evangelio nos anima a lo contrario: «Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, perfumaos…» Intentar mejorar por propio convencimiento es un reto que exige renuncias, efectivamente, pero el punto de mira está puesto en conseguir un objetivo que a buen seguro va a hacernos más felices de lo que hasta ahora somos.
En estos días de Cuaresma hablamos mucho de sacrificios, de renuncias, ayunos y penitencias. No tanto de oración y de limosna. Por si todavía queda algún despistado, habrá que recordar que el espíritu de sacrificio no es la inmolación gratuita, ni la renuncia masoca, ni el amargarse, por parecer más virtuoso ante Dios o ante la panda de cotillas interesados en la vida del prójimo. Hay quien piensa que ayunamos para sufrir, que hay que meterse un garbanzo en el zapato para vencer no se cuantas cosas malas. Así, sin más, como si fuéramos masoquistas religiosos o seres del planeta de los papanatas espirituales. Como si tuviéramos que pasar incomodidad, malestar o dolor para tener a Dios contento. Dejemos de vivir la cuaresma como borregos, creyendo que ya la vivimos porque hemos metido el jamón en el baúl y sólo comemos langostinos. La Cuaresma implica poner en marcha el costoso ejercicio de relativizar nuestras prioridades, para ver dónde está lo necesario y eso es más complicado que quedarnos en la condena del embutido. Ayunamos para crecer. Ayunamos para recordarnos a nosotros mismos que las cosas no son el fin, sino el medio. Ayunamos como una forma de mirar alrededor, y recordar que la realidad es mucho más amplia que nuestra propia situación. Ayunar no es "dejar de comer", no es hacer dieta, es aceptar de manera consciente que no somos el centro del mundo.
Ojalá nos impliquemos a fondo por algo o alguien que nos importe. De este modo habremos aprovechado el tiempo y la Cuaresma nos habrá servido para algo más que guardar la línea y creer que tenemos a Dios en el bolsillo. Cuarenta días en los que restaurar nuestro espíritu, en los que buscar lo auténtico dejándonos de monsergas e infantilismos poder renovar nuestro bautismo siendo mucho más auténticos y, sobre todo, estando más satisfechos y contentos con nosotros mismos porque hemos intentado mejorar, aunque sólo sea un poquito, y nos hemos acercado más a lo que Dios nos pide.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
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