Defectos que debe evitar el servidor
Vamos a señalar algunos de los defectos que típicamente contradicen su condición de servidor.
I.- Entrega Incompleta
Hebreos 6,1-3, nos dice, entre otras cosas: “. . . elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los temas fundamentales del arrepentimiento, de las obras muertas y de la fe en Dios”.
Un dirigente no debe estar estancado todavía en el camino de su conversión y de su completa sumisión a Jesucristo. ¿Cómo vamos a andar todavía por el principio?
Se supone que hemos dejado atrás ya el hombre viejo, y la elemental lucha en contra el pecado, nuestras vacilaciones en la fe y nuestra cesión de predominio a la carne.
No podemos ser servidores si estamos aún dudando, en medio del camino, como perdidos en la selva de nuestros apetitos. Que no estemos volviendo atrás a cada momento. Pues el que pone la mano sobre el arado y mira para atrás, no es digno de Jesús. Y corroborando esto, Pablo ordena: “elevémonos a lo perfecto”.
II.- Competir
Quien aún está en proceso de competir, es alguien que no reconoce la doctrina del Cuerpo (Ef 4,7), avienta toda envidia, cuando dice: “A cada uno le ha sido concedido el carisma a la medida del don de Cristo”.
La competencia, en verdad, es una de las armas preferidas por Satanás. Y para ello usa a quienes aún no están completamente entregados al Señor y aún luchan y trabajan para sí mismos.
El que compite, sufre y alimenta rencor, porque cree que cada éxito ajeno es injusto, es un hurto del propio éxito.
III.- Trabajar para un grupo y no para la Iglesia
Este es un defecto demasiado frecuente. Podemos creer que la finalidad es engrandecer un Movimiento, o una parroquia o una congregación.
Esto es algo tan ridículo como lo que Pablo nos señala en I Corintios 1,11-13. Partidismo y no Cuerpo. Facciones y no Iglesia. Germen de escisiones y espíritu cismático. “Yo, de Pablo. Yo, de Apolo. Yo, de Cefas”. ¡Qué absurdo!
Hay quienes no participan de una misión porque no son ellos los que la han organizado. Hay pastores que prefieren que sus ovejas no crezcan en conocimientos, en fe o aún en santidad, con tal de que no se vayan de sus parroquias quizás, o de sus asociaciones o grupos. ¡Qué triste y qué frecuente!
El Señor ofrece muchos instrumentos de salvación. Encerrarse en alguno es como una cierta idolatría. Y al hacerlo, pretendemos encerrar al Espíritu. No sabemos ser amplios, usar todos los instrumentos, gozarnos con el aporte que cada uno puede hacer del propio carisma. No llegamos a descubrir que no estamos al servicio de ningún instrumento para edificar el Cuerpo, sino que estamos al servicio del Cuerpo, para lo cual simplemente usamos por hoy un instrumento que el Señor mañana puede disponer sustituir.
Cuando se da este sectarismo, se producen dos consecuencias:
Uno es que el sectario cree que tiene propiedad sobre un grupo de personas dentro del grupo mayor. Por eso, cuando él se siente incómodo y quiere irse, cree que debe retirarse todo su grupo. Es lo que antes decíamos: espíritu cismático, que hace mucho mal y no trae bien a nadie. Lo hemos visto varias veces; y hemos visto que el grupo ha terminado cayendo inevitablemente en la nada.
Otra consecuencia es que seremos testigos de “campañas políticas” internas. El que trabaja para un grupo o asociación, hace política. No evangeliza, sino proselitiza. Murmura. Lanza sospechas o indirectas para disminuir al adversario. Está haciendo lo mismo que los políticos en el mundo.
IV.-Defender una imagen
Están trabajando para sí. Cultivan la vanidad. Buscan aparecer, ocupar puestos, cosechar aplausos y halagos. “... se disfrazan de apóstoles de Cristo” (II Corintios 11,13). Las palabras de Pablo, a este respecto, son bruscas y nos golpean el corazón (Gálatas 1,10):
Porque, ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.
En estos casos, descubrimos dos consecuencias:
Primero, el que así procede no sabe reconocer sus errores. ¡Claro, no va a rebajar su imagen!
Y otra consecuencia lógica es que no sabe pedir perdón cuando ha hecho algo malo, o cuando por defender su imagen ha disminuido a otro.
V.-Temer el Poder del Espíritu
Nos referimos a temer que ese poder se manifieste en otros. Pues el poder de Dios se le escapa al control propio. Y esa otra persona tiene cosas que él no tiene.
Cuando un Servidor siente envidia o temor de perder autoridad, su actuar no se funda en la fe. El Señor puede trabajar de modos imprevistos. Por eso se le vuelve algo inseguro. Produce zozobra. Por eso le teme al poder del Espíritu en otros.
Este es el origen del rechazo de los profetas. Los profetas son molestos, incómodos, no se sujetan, no se adaptan, no son como los otros, son rebeldes, no se puede confiar en ellos, no se sabe con qué van a salir. Tal como lo leemos desde el capítulo 36 de Jeremías en adelante.
San Pablo era un hombre así. “La fuerza de Cristo actúa poderosamente en mí” (Col 1,29). Y todo profeta también es así.
VI.- No tener discernimiento
He dicho alguna vez en broma y enserio que un líder sin discernimiento es como un mono con navaja. Es algo peligroso. Lo que acepta, lo acepta fiándose de lo externo. No tiene penetración para juzgar con la mente de Cristo.
Así obró Pedro, cuando en Antioquía se separa de los gentiles por temor a los judaizantes. (Cf. Gálatas 2,11-14). Pablo reprocha a los Gálatas que se dejen guiar por las obras de la ley, por la carne, y no por la fe. (Gál 3,1-5). Muchas prepotencias de algunos dirigentes, más que un exceso de autoritarismo es una falta de discernimiento.
VII.- Esperar Iniciativa Ajena
Es el caso de aquel que aguarda, que no se juega, que esta de observador. Espera que los demás digan y que los demás hagan. Luego, Si está de acuerdo, también el lo dice y lo realiza; si no está de acuerdo, no. Siempre se reserva el derecho de juzgar. Parece que su tarea, más que arriesgar, más que salir delante de las ovejas, como un buen pastor (cf. Juan 10, 4), es juzgar. El mira desde atrás y no se mancha. Se reserva la aprobación; decir qué está bien o qué está mal. Pero el no empieza; no toma la iniciativa, no arremete ni afronta el peligro.
VIII.- Apoyarse en el cargo
Su respaldo está en su cargo, en su nombramiento, y no en sus dones de servicio. Por ejemplo, si es sacerdote, se apoya en que es sacerdote, que consagra la Eucaristía, que tiene un título, y no en que lo que dice es del Espíritu. Si es Responsable del Grupo, se apoya en su cargo; y aún en sus dificultades o discusiones con otros, aprovecha su posición para tener razón. Otro puede apoyarse en sus relaciones; por ejemplo en su amistad con el Obispo. Otro en su riqueza; o en su título profesional. Contra esto, San Pablo nos dice: “Nosotros no podemos atribuirnos como propia cosa alguna. Sino que nuestra capacidad es la que viene de Dios” (II Corintios 3,4-6). Verdaderamente, la falla aquí consiste en creernos que el cargo nos pertenece. Carencia de pobreza de espíritu. Podemos pensar que somos dueños del cargo. Que lo merecemos; que es propiedad de nosotros. Se trata de una forma injusta e irritante de ejercer dominio. Un ejercicio constante de tal defecto, mantiene un grupo apocado, sin germen de liderazgo futuro.
jueves, 4 de junio de 2009
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