lunes, 28 de abril de 2008

Discípulos y Misioneros

Para todo creyente es importante vivir plenamente las
dos dimensiones de la fe: el seguimiento del Señor y el
anuncio misionero. Renovemos la elección de seguir a
Dios con un compromiso personal claro, superando
todo miedo e incertidumbre que podemos sentir.



He buscado,
he buscado a Dios durante toda mi vida;
necesité siempre autenticidad y radicalidad,
y el Señor me ha iluminado.
Desde la oscuridad de la incertidumbre y
de la duda,
desde los pantanos de la indiferencia y
de la crítica,
El me ha hecho llegar a la luz
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de un encuentro personal,
a la tierra firme de una confianza operante.
Ha sido una experiencia de conversión
de la que doy gracias a Dios todos los días,
un progresivo y dulce enamoramiento
que ha llenado mi corazón de gozo
y ha cambiado profundamente mi vida.
Es entusiasmante y rico de frutos
andar por este camino de fe,
compartiendo dificultades e intuiciones,
con unos hermanos y amigos
que buscan encontrar el verdadero rostro de Dios.
Cuantas señales me has dado, Señor,
de tu cuidadosa presencia;
cuantos hermanos me han estimulado
con sus elecciones valientes y sufridas,
con palabras que eran por si mismas testimonios.
Es una larga historia de personas, encuentros,
lecturas y momentos de reflexión personal,
verdaderos dones de luz y de gracia,
que has puesto en mi camino.
Tú pides y quieres que tu discípulo
escuche diariamente la Palabra,
contemple y alabe tu presencia en la vida diaria
y ame sirviendo a los hermanos.
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Sobre todo me pides una elección,
un compromiso personal y definitivo,
como respuesta a los dones que me has dado,
al llamado que desde siempre he escuchado
hacia una fidelidad auténtica y concreta.
Por eso ahora necesito decirte,
como meta de una larga búsqueda
y en espíritu de amor verdadero:
“Heme aquí, soy tu siervo, tu amigo,
quiero ser discípulo tuyo para siempre”.
Seguirte más de cerca,
conocerte y darte a conocer a los demás,
será mi compromiso constante,
mi deseo y mi gozo más grandes.
Así viviré plenamente mi Bautismo.
Señor, tu don y mi elección
han dado más fuerza y mayor credibilidad
al anuncio de la Buena Nueva,
que es misión y compromiso irrenunciable
de todos los que se declaran creyentes:
Quiero darte a conocer, Señor,
manifestar tu tierno amor,
especialmente a los que más quieres,
a los pobres, a los que sufren
y a los que todavía no te conocen.
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Es para mí gozo y fiesta
anunciar el perdón y la confianza
en la asamblea dominical de la comunidad,
en los encuentro de grupos y personas,
en el trabajo y en el tiempo libre.
Quiero hacerlo con la espontánea delicadeza
y el profundo respeto
para cada persona y toda situación,
de quien da porque el corazón rebosa,
sin pedir nada a cambio.
Continúa, Señor, cuidándome a mí,
hombre pobre y último de tus discípulos,
que quiere vivir la sencillez y la fraternidad
en el abandono confiado a tu gracia
y en el ministerio de servicio a los hermanos.
Cristo Jesús, Palabra del Dios vivo,
mi solo y único Maestro,
mi solo y único Señor,
mi gozo y mi premio,
te seguiré hasta el último día.

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